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El Zapatero y los Duendes

Audiobook cover for The Elves and the Shoemaker featuring shoemaker and two elves in a cosy workshop
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El Zapatero y los Duendes
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El Zapatero y los Duendes

 

Érase una vez un zapatero muy humilde que vivía con su alegre esposa en un pequeño y acogedor taller, a las afueras del pueblo. Aunque en otros tiempos habían tenido trabajo estable y comida caliente, los tiempos habían cambiado. Ahora, con cuentas sin pagar y los clientes escasos, solo les quedaba cuero para un último par de zapatos.

 

 

Esa tarde, mientras el atardecer teñía el cielo de rosa y las farolas comenzaban a encenderse, el zapatero se sentó en su banco de trabajo. Con cuidado, cortó el cuero y lo preparó, con la intención de coser los zapatos por la mañana.

 

«Mañana lo haré lo mejor que pueda», dijo, sacudiéndose el delantal. «Pero ahora, descansemos. Preocuparse no sirve de nada».

 

 

Dejó el cuero sobre la mesa, le dio las buenas noches a su esposa y se metió en la cama. A pesar de sus problemas de dinero, durmió profundamente, con la conciencia tranquila y el corazón lleno de esperanza.

 

 

Misterio en la noche

 

A la mañana siguiente, ocurrió algo extraño.

 

El zapatero se levantó temprano, listo para comenzar su trabajo. Pero cuando entró en el taller, ¡se quedó boquiabierto!

 

Allí, sobre la mesa, había un par de zapatos perfectamente confeccionados. No eran trozos de cuero ni suelas a medio coser, sino zapatos terminados, pulidos, limpios y hermosos. Cada puntada era perfecta, cada costura estaba bien hecha. Parecían hechos para un rey.

 

 

Su esposa se asomó por detrás. «¿Te levantaste temprano para terminarlos?», preguntó sorprendida.

 

«¡No!», respondió el zapatero con los ojos muy abiertos. «¡Te juro que no los he tocado!».

 

Antes de que pudieran resolver el misterio, entró un cliente.

 

«¡Qué zapatos tan espléndidos!», exclamó el hombre. Se los probó, vio que le quedaban perfectos y pagó más de lo habitual. Con ese dinero, el zapatero compró cuero para hacer dos pares de zapatos nuevos.

 

 

Esa noche, preparó el cuero como había hecho el día anterior, con la esperanza de que la magia se repitiera. Y una vez más, cuando salió el sol, los zapatos ya estaban hechos, tan bonitos como el primer par.


De nuevo, los zapatos se vendieron enseguida. Con ese dinero, el zapatero pudo comprar cuero para cuatro pares más. Y así, noche tras noche, el mismo milagro se repetía: todo lo que él dejaba cortado por la noche, al amanecer aparecía cosido, martillado y terminado a la perfección.


Poco a poco, su suerte cambió. Las estanterías se llenaron de zapatos finos. Los clientes regresaron y trajeron a sus amigos. Al poco tiempo, el zapatero y su esposa pudieron pagar sus deudas y cubrir sus gastos sin problema. Ahora tenían todo lo que necesitaban… y hasta un poco más.


 

 

El descubrimiento de Navidad


Una noche de mucho frío, justo antes de Navidad, el zapatero levantó la vista de su trabajo y dijo: «Querida, deberíamos descubrir quién nos está ayudando. Alguien, de alguna manera, está trabajando toda la noche para hacer estos zapatos. ¿Qué te parece si nos quedamos despiertos para ver quién es?».


Su esposa sonrió. «¡Yo también tengo mucha intriga! Vamos a averiguarlo».


Así que encendieron una vela y se escondieron detrás de una cortina, justo al lado de la chimenea. La habitación estaba en silencio. Solo se oía el tic-tac del reloj y el suave chispear del fuego.



A medianoche, dos diminutas figuras se arrastraron por debajo de la puerta, con sus sombras titilando a la luz de la vela. Tenían la altura de una taza de té y vestían ropas muy humildes, deshilachadas en los dobladillos, remendadas en las rodillas y demasiado ligeras para el frío del invierno.


Sin decir una palabra, se subieron a la mesa de trabajo, se arremangaron y se pusieron manos a la obra.



Sus manos volaban. Uno cortaba y el otro cosía. Uno martillaba y el otro pulía. Sus movimientos eran rápidos y hábiles, y su trabajo en equipo era tan perfecto que parecía un baile.


En menos de una hora, todos los zapatos estaban listos. Los diminutos visitantes asintieron con satisfacción y se alejaron corriendo en la noche.


El zapatero y su esposa se miraron, sintiéndose tan asombrados como agradecidos.



Un regalo a cambio


A la mañana siguiente, la esposa entró en la cocina con los ojos brillantes.


«Esos pequeños nos han ayudado más de lo que jamás podremos pagarles» dijo. «¡Y ni siquiera tienen ropa adecuada! Deben de estar helados».


«Tienes razón» dijo el zapatero, sacando ya los retales de cuero más suaves que tenía. «¡Les haré los zapatos más bonitos que nadie haya visto jamás!.»


«Yo les coseré camisas, chalecos, pantalones y abrigos» dijo ella, extendiendo la tela sobre la mesa. «Y también les tejeré calcetines de lana bien calentitos».


Trabajaron durante dos días, cortando, cosiendo y tejiendo. Para la víspera de Navidad, todo estaba listo: dos conjuntos de ropa y dos pares de zapatos perfectamente pulidos, cada uno del tamaño de una nuez.



Esa noche, en lugar de colocar el cuero sobre el banco de trabajo, pusieron los diminutos regalos. Luego, se escondieron detrás de la cortina una vez más.

 

Una noche de alegría

Al dar la medianoche, los duendes regresaron como siempre. Ingresaron por debajo de la puerta como habían hecho antes, con sus ropas viejas arrastrándose detrás de ellos. Las mangas remendadas les estorbaban mientras se subían a la mesa, esperando encontrar otra noche de trabajo.


Pero esa noche no había cuero cortado.


En su lugar, encontraron dos paquetes bien atados, cada uno con camisas diminutas, pantalones, medias de lana calentitas y zapatos de cuero suave.


Los duendes se quedaron paralizados, parpadeando con sorpresa. Luego se apresuraron a abrir los regalos con delicadeza, como si no pudieran creer que fueran reales. Sus rostros se iluminaron con asombro.


En un instante, se quitaron los harapos y se pusieron la ropa nueva: abrocharon las camisas, se subieron los pantalones y se calzaron con cuidado los zapatos perfectamente lustrados.


Daban vueltas y reían, girando alrededor de la mesa y saltando de un taburete a otro. Ya no vestidos con trapos viejos, sus nuevas ropas eran elegantes y su alegría llenaba cada rincón del pequeño taller.



Finalmente, con un último salto alegre, desaparecieron en la noche y nunca más regresaron.

 

Felices para siempre


El zapatero y su esposa nunca volvieron a ver a los duendes. Pero sus corazones estaban llenos de gratitud y alegría. 


Aunque a menudo miraban hacia la puerta para ver si sus pequeños amigos volvían, sabían que los duendes se habían ido a vivir nuevas aventuras, felices, bien vestidos y libres.


Desde ese día, el negocio del zapatero siguió prosperando. La gente venía de todas partes para comprar sus hermosos zapatos, no solo por su calidad, sino también porque corría el rumor de que tenían un toque de magia. 


«Puede que no los volvamos a ver», dijo el zapatero, «pero nunca olvidaremos la amabilidad que nos mostraron y la alegría de poder devolverles algo».


Y así, el bondadoso zapatero y su esposa vivieron felices el resto de sus días. Quizás no eran ricos en oro, pero sí en bondad, y siempre estaban dispuestos a ayudar a los necesitados.


 

Moraleja


Incluso los actos de bondad más pequeños pueden cambiar vidas.


La gratitud, la generosidad y el trabajo duro traen alegría, no solo a quienes reciben, sino también a quienes dan. Y a veces, solo a veces… un poco de magia también ayuda.


 

Para leer esta historia en inglés haga clic The Elves and the Shoemaker